La evolución de la manera de habitar y producir de la sociedad en general y de la vasca en concreto ha provocado que, en un proceso relativamente rápido, la gran mayoría de los caseríos típicos haya perdido su sentido funcional original.
Su funcionamiento perfectamente engrasado a medio camino entre la fábrica y el hogar ha ido desapareciendo conforme la ganadería extensiva o la pequeña agricultura perdían peso en la economía vasca y, con ello, han quedado vacíos innumerables baserris, muchas veces demasiado grandes y costosos de mantener utilizados únicamente como viviendas.
Actuar pues en uno de estos edificios, además de suponer una responsabilidad cultural, obliga a un análisis previo que permita afrontar el proceso proyectual de un modo sensato y coherente.
En el caso de Garaitia etxea, a pesar de llevar años desocupado y sin uso alguno, su estado de conservación era más que notable.
Un caserío pequeño para la época pero con un porte imponente, presidido por una fachada principal orientada a sur con un gran portón, dos balcones y cuatro huecos en una perfecta simetría que se impone al resto de fachadas, mucho más opacas y silenciosas.
Un pequeño porche lateral en el este ya sin techado y una pequeña nave anexa en su terminación acaban de rematar un conjunto completamente rodeado de impresionantes pinares.
En su interior, una planta baja destinada al ganado, una primera planta de vivienda y un bajocubierta de almacenamiento de paja.
Por último, una estructura principal en perfecto estado divide el espacio en tres crujías casi de igual tamaño.
La intervención partió siempre de la voluntad de mantener en la medida de lo posible la identidad del caserío original sin obviar el cambio que supone habitar un espacio de estas características hoy en día.
Así, no sólo se conservó y utilizó la estructura principal de pilares y vigas sino que se conservó la solivería, tergiversando su función, eso sí, dependiendo de su situación.
La solivería de los dos forjados en su primer vano se mantuvo en su totalidad pero desprendida de forjado como tal, permitiendo la percepción del espacio en toda su magnitud, llevando la luz natural hasta alcanzar todo el volumen interior pero, al mismo tiempo, acotando en altura al mismo tiempo los espacios intermedios para evitar una pérdida de control excesiva en la escala que generase una sensación poco humana. Además, esta solivería nos permitía apoyar dos pasarelas ligeras de acceso a los huecos de la fachada principal y a los respectivos balcones sin necesidad de alardes estructurales.
En el vano central, se mantuvo el forjado de madera existente en planta primera sobre el que se colocaría el nuevo pavimento, al igual que ocurriría en planta primera y segunda en su vano final. Esto conseguía, además de una notable eficiencia estructural y económica, generar un juego encontrado de visuales ya que, al mirar hacia arriba siempre observamos la estructura horizontal antigua (vigas, solivas y forjado) mientras que mirando hacia abajo, la imagen es la de los nuevos acabados de proyecto.
Esta decisión de “apropiación” acaba generando una sección a tercios atractiva y que permitirá, siguiendo el mismo esquema, crecer en superficie aprovechada en un futuro en caso de ser necesario simplemente forjando sobre la estructura original tal y como se ha hecho en esta fase.
Una vez definida la superficie a ocupar, se planteó una actuación de contraste, una nueva arquitectura que se introduce en el espacio existente en contraposición a la original.
La nueva tabiquería es lo más nítida posible frente a la potencia de la imperfecta piedra. La nueva escalera que completa a una primera tramada existente se proyecta lo más liviana posible a la vez que evita tocarse con esta. Aparece el color y, cuando se modifica algún hueco de fachada, este queda destacado con un recerco metálico. En definitiva, asumir una estrategia de diferenciación enfrentada entre lo nuevo y lo viejo para, en esa relación frontal, acabar concibiendo un conjunto potente y directo.
Además de la intervención visible, queda definida una segunda fase en la que, bajo los mismos conceptos, se colonizará en un futuro la planta segunda, accediendo a través de un mueble escalera y ubicando un tercer dormitorio con su baño correspondiente.
También como parte del proyecto se busca en todo momento la reducción al mínimo de los residuos de obra. Al aprovechamiento ya descrito de elementos estructurales se suma la rehabilitación y reutilización de muchos otros elementos existentes: puertas, mobiliario, piedras, tejas,… confluyendo todo el proceso en un resultado sostenible y circular que aporta aún más sentido a la idea inicial de conservación identitaria de la arquitectura sobre la que se actúa.